Dra. Andrea M. Barberis
Preguntas frecuentes

Mi hijo es muy difícil. ¿A qué se debe?

No es posible decirlo así de entrada. Para cada niño hay que examinar qué es lo quele pasa para que sea difícil. La conducta de los niños depende de factores diversos: herencia, ambiente, maduración, aprendizaje… y todos ellos han de ser evaluados antes de dar una orientación.

Mi hijo está agresivo

La agresividad es una señal de alarma. Un niño está agresivo cuando tiene algún problema importante. Haga examen de conciencia: ¿ha sido Ud. agresivo con su hijo, o engeneral? ¿es tenso el ambiente de casa? ¿el niño ha sido castigado con dureza? ¿han habido castigos físicos? ¿el niño ha visto muchas escenas de agresividad (películas enTV)?

Si alguna o algunas de las preguntas anteriores tienen respuesta afirmativa, por ahí pueden ir los tiros en cuanto a la agresividad del niño. Pero si se trata de un niño plácido que, en un determinado momento de su vida cambia a ser agresivo, piense en problemas emocionales graves. Hay que descartar una depresión infantil.

Mi hijo ha cambiado mucho.

Los cambios a peor son señales de alarma. Si un niño bueno se vuelve malo, si de ser aplicado pasa a ser descuidado y mal estudiante, si un obediente pasa a ser díscolo, si un pacífico pasa a ser provocador, si un plácido pasa a ser angustiado o un tranquilo se vuelve inquieto y nervioso, es que algo pasa. Igual que con el caso de la agresividad hay que examinar la perturbación emocional del niño, y descartar la presencia de una depresión.

Dicen que es normal que los niños y niñas cambien, por la edad. Dicen que”ya se le pasará”.

Es normal que los niños y niñas cambien, por la edad, pero no para ir a peor. Muy al contrario, con la edad debería aumentar el grado de madurez personal. Si los niños y niñas pasan épocas de desajuste o de tensión, es necesario determinar hasta qué punto eso es normal. De todas formas un importante cambio a peor, como los que comentábamos al responder a la pregunta anterior, no es debido simplemente a la edad, y merece la pena prestarle atención.

Mi hijo va mal en los estudios. Me dicen que tiene un mal rendimiento escolar.

Entenderemos por trastorno de rendimiento escolar el trastorno de rendimiento en cuanto a la acción educativa. Todos quienes están trabajando en el proceso educativo deben hacerlo con unos objetivos muy claros. El trastorno de rendimiento escolar se producirá cuando el sistema no consiga los objetivos pedagógicos previstos.

¡Esta no es una definición aceptada por todos!

Cierto. Pero es la más correcta. El trastorno de rendimiento se produce al no conseguirse unos objetivos. Y es el sistema quien debe fijarse objetivos, no los chicos.

¡Pero los chicos también tendrán objetivos!

Los chicos son los sujetos discentes, que harán lo que los sujetos docentes les indiquen hacer. Son los docentes, como profesionales de algo, quienes deben trabajar con unos objetivos.

¿Así no es correcto hablar de chicos con trastorno de rendimiento, o de chicos con fracaso escolar?

Es engañoso. Los chicos fracasan porque se les hace fracasar. Si el sistema educativo fracasa al educar un chico, éste sufrirá las consecuencias del mal funcionamiento del sistema. Sí que es cierto que el chico tendrá problemas, pero su trastorno de rendimiento será totalmente consecuencia del verdadero trastorno de rendimiento, que es el de quienes deben educarle.

¿Y si los chicos no hacen lo que se les indica?

Pues los responsables del chico debemos replantearnos lo que se está haciendo. Hay chicos que aprenden con facilidad y otros con dificultad. Los hay que siguen las indicaciones y los hay que no las siguen. Los padres y el docente, todo el sistema docente en general, deben trabajar con unos y con otros chicos. Si solamente se trabaja con los que van bien, no tiene demasiado mérito. Hay que estar a las duras y a las maduras.

Pero hay chicos muy difíciles.

Igual que hay enfermos difíciles para un médico. Un buen sistema sanitario es aquél que trabaja con todos los enfermos, los leves y los graves. No estaría bien visto un médico que solamente curase a los enfermos fáciles.

Pero, ¿no es cierto que hay enfermos incurables?

Cierto. Y en estos casos lo correcto es fijarse unos objetivos realistas procurando aliviar en lo posible los síntomas y preparando al paciente para una muerte digna. Desgraciadamente los médicos no podemos sanar todo tipo de enfermedades. Nuestro trabajo,en cada caso, debe ser lo mejor posible, de acuerdo con la situación real de la enfermedad.

Y esto, ¿como se aplica a los trastornos psicológicos de los niños?

Lo pertinente es sacar el máximo partido posible de cada chico, partiendo de su estricta realidad. No podemos exigir igual a un chico superdotado que a otro justito o que a otro disminuído psíquico. Los chicos con problemas los tienen porque padecen algún tipo de dificultad. Hallar esta dificultad, y trabajar de acuerdo a ella, es necesario para ayudar al chico a obtener el máximo posible.

¿Y no existen los chicos “gandules”, los típicos “trastos”,los “malos estudiantes” para quienes no hay sistema que surta efecto, y que no quieren obedecer o trabajar?

Sí, los hay. Pero es frecuente que el “mal estudiante” lo sea porque nadie le ha enseñado a no serlo.

Un chico con alguna de las dificultades antes mencionadas, o con varias de ellas, si no es trabajado de forma correcta está condenado a las “malas notas”. Para estos chicos el “colegio” se convierte en sinónimo de “tormenta”. ¿Qué saca un chico con dificultades de su actividad escolar?: riñas, advertencias, castigos, humillaciones, tensiones, etcétera.

¿Quién le puede reprochar que no se sienta motivado para las actividades escolares?

Más adelante expondremos oportunamente las maneras de crear motivación en los chicos, y veremos que no es precisamente un proceso fácil. Pero tampoco es imposible.

La desmotivación del chico es un factor más en los trastornos de aprendizaje, y es una consecuencia ineludible de cualquiera de los trastornos de aprendizaje. Es lógico, hasta cierto punto, que el chico abandonado a sus dificultades no sea un dechado de entrega y de ilusión a la hora de afrontar su peliaguda vida escolar.

Preferimos ser optimistas y pensar que no hay ¨chicos malos” sino chicos maltrabajados. No es que seamos unos ingenuos idealistas. Pero preferimos pensar así por un problema de responsabilidad. Alguien debe trabajar con los llamados “chicos malos”. El riesgo de colgarles la etiqueta y, a partir de ahí, renunciar a su encauzamiento nos parece una comodidad inaceptable. Si un chico “es malo” o “no obedece” o “no trabaja”, lo primero, lo más importante, es determinar las causas de que “sea malo” y luchar para ponerles remedio.

¿Y no hay débiles mentales, retrasados, autistas…?

Pues a ellos debe adaptarse la enseñanza. Habrá algunos de ellos, poco graves, que podrán educarse en el aula normal en un colegio de integración. Otros, más graves, necesitarán escuelas especiales.

¿Y los predelincuentes, y los adolescentes psicopáticos?

También con ellos hay que bregar. Si se trabajasen bien desde pequeños, el número de predelincuentes o de psicópatas disminuiría considerablemente. Cierto que existen los trastornos de personalidad con fuerte carga genética. Pero muchos cuadros parecidos podrían evitarse diagnosticando a tiempo las dificultades psicológicas y sociológicas de los chicos y poniéndoles el preceptivo remedio.

Todo esto cuesta dinero.

Cierto. Pero es más caro el costo social provocado por el trastorno de rendimiento.

Y no sabemos a quien acudir.

Cierto también. No todos los profesionales conocen los métodos y los recursos útiles para trabajar en pedagogía terapéutica. No todos los pediatras, ni los docentes, ni los psiquiatras o psicólogos están especializados en trastornos psicológicos de los niños., aunque son quienes, en teoría, deben dominar estos asuntos.

¿A quién hay que ir? ¿Al pediatra, al maestro, al psicólogo, al pediatra, alpsiquiatra, al logopeda, al trabajador social…?

A cualquiera de ellos que conozca su oficio. El trabajo con chicos que tienen problemas psicológicos debe efectuarse en equipo por todos los profesionales citados. Más que la rama que cultive cada uno contará su experiencia en trastornos psicológicos, su cultura pedagógica y terapéutica, su sensatez…

¿Pero esto quien lo paga? ¿Los padres, las escuelas, el ministerio deeducación, la seguridad social?

En teoría debería quedar cubierto a través de los equipos de asesoramiento pedagógico (EAP) en las escuelas públicas, y, a través de la Seguridad Social, mediante los CAP de Psiquiatría Infantil, en el caso de requerir atención médica. En la práctica, tales servicios quedan sobrepasados por el volumen de trabajo, y, de ahí, que no sean todo lo operativos que podrían ser. Muchos colegios privados cuentan también con asesoramiento psicológico propio, cuyas minutas pagan los padres de los chicos que lo requieren.

¿Y si los profesionales (psicólogos, etc.) también coinciden en que la culpa esdel chico, que no trabaja lo suficiente…?

Cambie de profesionales. El chico que tiene dificultades no puede ni debe ser inculpado. Si el chico no trabaja, por algo será. Darle las culpas al chico es sacarselas pulgas de encima cargándolas al más débil.

Pero, llevar al chico a que lo vea un psicólogo o un psiquiatra, ¿no le hará sentirse acomplejado?

Quizá sí al principio. Pero si se trata de buenos profesionales sabrán tratar al chico de manera que no se sienta “raro” o “enfermo”. A la larga los beneficios superarán ampliamente a esas potenciales dificultades iniciales.

No todos los problemas son psicológicos o médicos. O es que todos deben ser vistos por el psicólogo y por el psiquiatra?

Lo ideal es que el chico con dificultades sea explorado desde distintos puntos de vista. El chico con dificultades debe ser examinado por un equipo que determine cuáles son tales dificultades. El pediatra es quien primero debe intervenir. Él decidirá si se debe o no buscar la ayuda de un equipo de profesionales. Los EAP de las escuelas públicas son un ejemplo de equipo multidisciplinario. Muchos servicios de Psicología o de Psiquiatría infantil, públicos y privados, disponen de profesionales de todas las ramas implicadas en las dificultades escolares.

Por otra parte, la línea divisoria entre problemas médicos y no médicos varía constantemente. El trastorno depresivo, por ejemplo, o el trastorno por déficit de atención, o el autismo, son trastornos que, en la actualidad, se consideran plenamente orgánicos.

Pero nos han hablado mal de los psiquiatras. A veces dan pastillas a los chicos.

Los psiquiatras sensatos emplean la medicación únicamente cuando es estrictamente necesaria. Veremos más adelante que en algunos procesos (falta de atención, hiperactividad, depresión) algunos medicamentos pueden ser de gran ayuda. Si el psiquiatra es sensato, y tiene un buen nivel científico, empleará medicamentos adecuados, inocuos para los chicos.

Y estos medicamentos, ¿no son algo “droga”?

En absoluto si son empleados correctamente. Es mucho más tóxico el aire que respiramos en la calle de las ciudades, o los cigarrillos que fumamos activa o pasivamente, o el alcohol que bebemos. Otra cosa es que puedan usarse indiscriminadamente. Cada uno tiene sus indicaciones y sus leyes de manejo. El buen profesional los emplea para conseguir efectos beneficiosos. El mal profesional puede cometer desaguisados. Pasa un poco como con las navajas de afeitar. Bien es verdad que un barbero ducho puede rasurar con habilidad a su parroquia, pero no es menos cierto que, la misma navaja, en manos de un fígaro desuellacaras, puede ser fuente de trasquiladas y amputaciones. No digamos en manos de algún forajido con instintos vesánicos.

Antes hablaba usted de depresión, ¿No es exagerado hablar de depresión en niños?

La depresión es una enfermedad en continuo aumento. Hoy en día no es inadecuado hablar de un 10% de prevalencia en cuanto a cuadros depresivos (hay autores que hablan deun 25 %). Incluímos ahí la distimia depresiva. Distimia es una palabra que procede del griego, y que significa “humor perturbado”. En apariencia es un cuadro engañoso definido por constantes e imprevisibles variaciones de humor. La persona distímica puede estar durante largos periodos de tiempo (años) con cambios de humor, dificultad para disfrutar, irritabilidad, tendencia a amargarse la vida y a amargarla a quienes le rodean, padecer trastornos psicosomáticos, dolores, astenia, problemas de concentración, mareos… En los niños, la distimia es la forma habitual de depresión: cambios de humor, fallos de rendimiento, desinterés, irritabilidad, apatía, negartivismo, etc.

Todo esto son trastornos que se encuadran bajo el amplio epígrafe definido por la palabra “depresión”. No es lo mismo una depresión mayor con ideas de suicidio que una distimia en un ama de casa o en un niño, pero ambos cuadros pertenecen a la esfera depresiva. Tal y como sucedería con un epitelioma basocelular en la cara y un carcinoma hepático. La gravedad es muy distinta pero el concepto de “neoplasia” los engloba por igual.

¿Y la depresión se trata con medicamentos?

La depresión es un trastorno con una clara base bioquímica: un trastorno en la fabricación, aprovechamiento y destrucción de algunos neurotransmisores cerebrales. La medicación corrige este trastorno.

Pero no todas las depresiones son endógenas. ¿O también hay que tratar las depresiones reactivas?

No es razonable hablar de depresiones endógenas y exogenas. Es más correcto mencionarlos factores endógenos y los exógenos de una depresión. Si un estrés psicológico puede dar lugar a trastornos psicosomáticos tan evidentes como un ulcus gástrico, ¿no podrá generar una inadecuación en el metabolismo de los neurotransmisores?. Es probable que los trastornos depresivos reconozcan un factor genético. Determinadas personas responden al estrés de determinadas maneras, una de las cuales sería el trastorno de los neurotransmisores que dará lugar a la amplia sintomatología (psíquica y física) de los trastornos depresivos: alteraciones del estado de ánimo, fatiga, disminución de la concentración, alteraciones de los ritmos de sueño…

¿Qué diferencia hay entre psiquiatra y psicólogo? ¿Qué es un psicopedagogo? ¿Y un logopeda?

El psiquiatra es médico; ha hecho la carrera de Medicina y, después, se ha especializado en Psiquiatría. El psicólogo ha hecho la carrera de Psicología.

El psiquiatra, al ser médico, tendrá una visión más amplia en problemas de base médica (por ejemplo, depresiones infantiles, retrasos madurativos…)

El psicólogo tendrá una visión más amplia en cuanto a los aspectos psicológicos del niño (inteligencia, personalidad…)

Psiquiatras y psicólogos suelen colaborar estrechamente. Lo mejor es acudir a un servicio o gabinete donde haya tanto psiquiatras como psicólogos, y donde se pueda analizar al niño de la forma más completa posible.

El psicopedagogo ha cursado una carrera concreta (Psicopedagogía). También existe la rama de pedagogía terapéutica en la carrera de Profesor de EGB. Se trata de profesionales que, por su formación, deben dominar las técnicas de enseñanza, especialmente las que se dedican a niños con dificultades.

El logopeda suele ser un psicólogo, psicopedagogo o maestro, que, además, ha cursadolos estudios de “Patología y terapéutica del lenguaje”. Es un especialista en lenguaje: trastornos del habla, de la voz, de lectura, de escritura, etc.

Nuevamente mencionamos que lo ideal son los equipos de profesionales, que incluyan psiquiatras, logopedas, psicólogos y psicopedagogos. Entre todos pueden llegar a determinar la solución pertinente para cada dificultad.

Mi hijo es inseguro. ¿Tiene cura esto?

La seguridad que un niño aprende a adquirir es un reflejo de la confianza que le tienen los demás. Si un niño es educado para ser capaz de resolver sus problemas por sí mismo, y para actuar ante ellos, es probable que vaya ganando una buena autovaloración y seguridad.

Un niño sobreprotegido, al que se le ha prestado excesiva ayuda para hacer las cosas (o simplemente se las han hecho), no va ganando confianza en sí mismo, sintiéndose inseguro y vacilante.

En el extremo contrario, un niño sometido a una excesiva exigencia, al que no se le valoran los aciertos y siempre se le pide más de lo que hace, acaba por no confiar en símismo, y por pensar que haga lo que haga lo hará mal.

Curar la inseguridad exige una conducta muy coherente por parte de los padres: deben asesorar a sus hijos para que hagan cosas, para que las hagan bien, y para que se sientan valorados a causa de ello. El niño que ha sido elogiado en sus aciertos, bien orientado para hacer cosas, se siente seguro en sí mismo, y con confianza para superar los obstáculos.

Mi hijo no soporta el fracaso.

Pues enséñele a soportarlo. El fracaso es algo inherente a la naturaleza humana. Los hombres somos imperfectos y solemos fracasar en más de una ocasión. Hay que enseñar al niño que el fracaso no es deseable, pero que no debe ser un drama. El niño debe sentirse responsable de sus errores, pero, al mismo tiempo, tomar conciencia de que debe hacer algo para enmendarlos.

De nada nos sirve un niño abrumado por el fracaso. No les abrumemos nosotros. El niño debe ser aleccionado para que entienda que el fracaso siempre puede acontecer, y que no hay que bloquearse por ello. Pero para conseguir esto, hemos de transmitirle confianza, y, sobre todo, transmitirle la idea de que si fracasa, ni debe hundirse ni nosotros le hundiremos.

Mi hijo es caprichoso. Organiza rabietas cuando quiere conseguir algo.

La pregunta inmediata es : ¿se sale con la suya?. Si la respuesta es afirmativa, ya sabemos por qué es caprichoso y por qué hace rabietas: consigue cosas gracias a las rabietas.

Muchas de las conductas de los niños de las que los padres nos quejamos, hemos sido nosotros, los padres, quienes las hemos modelado. El niño que haciendo rabietas consigue cosas, aprende que hacer rabietas sirve para algo.

Pero no siempre se sale con la suya. A veces, incluso, es castigado.

Es lo mismo que hace la gente que juega en las tragaperras: a veces gana, a veces pierde… pero sigue jugando. El niño sabe que, de vez en cuando, se sale con la suya, y prueba. Bien es verdad que a veces es castigado, pero es el precio que paga para salirse de vez en cuando con la suya.

A veces parece querer que lo castiguen.

Es perfectamente posible. No porque sea masoquista. Sino porque sabe que, cuando le castigan, es porque los padres ya no saben qué hacer. El niño recibe el castigo a cambio de saber que es él, el niño, el que ha descontrolado a sus padres y les ha sacado de sus casillas. El castigo es el “precio” que paga por saber que es él quien “domina” la situación.

Mi hijo es un desastre.

No diga esas cosas, y, muy especialmente, no se las diga a su hijo. Hacen daño. Hacerle sentir que es un desastre no sirve para nada. En general, hacerle sentir culpable no sirve para nada. Corremos el riesgo de que su hijo crea de verdad que él es un desastre, y que no puede (o no sabe) hacer nada para evitarlo. El hecho de que un niño se considere a sí mismo como un desastre, no mejora las cosas.

Él tiene la culpa si no trabaja lo suficiente.

De nada sirve buscar quién tiene la culpa. Lo importante no es buscar culpables, sino soluciones. Lo que de verdad nos interesa es ver qué hacemos a partir de ahora. De nada sirve hacer que un niño se sienta culpable.

De nada sirve hacer sentir culpable a alguien, sea o no un niño: Sentirse culpable es mortificarse por algo que ya está hecho mal. No podemos volver atrás en el tiempo ni un segundo. No podemos arreglar nada del pasado. De lo que se trata es de analizar racionalmente qué hemos hecho mal, buscar los factores que han intervenido y planeas futuras soluciones. Pero para todo eso vale la pena tener la cabeza serena. Sentirse culpable, decirse a sí mismo que se es un borrico, que ya está bien, que siempre me equivoco… etc., no ayuda a tener la mente clara. Antes bien, provoca problemas de autoestima, de inseguridad y de inferioridad, con lo que es probable que las cosas vuelvan a salir mal.

Fuente: Gabinete médico y psicológico Dr. Romeu y Asociadas.